No conozco en el mundo nada más importante que las
cosas que se olvidan. Cuando te dejas el bocadillo de la merienda en casa, los
cereales flotando en la leche, la calefacción encendida o te olvidas a tu
hermano pequeño en los probadores del centro comercial.
Cuando las pierdes, cuando ya no están, te das
cuenta de lo valiosas que eran para ti. Pero, ¡cuidado! Aún más importante que
las cosas que se olvidan, son las movidas que generan las cosas que se olvidan.
Os explicaré una anécdota que me pasó hace unos años.
No sé si os he contado que soy profe de un instituto. Recuerdo que una vez, una
alumna me regaló un huevo. Un huevo duro. Un huevo duro pintado. Un huevo duro
pintado y… ¡basta! A veces pienso que no deberíamos perder las tradiciones y
seguir regalando cosas como manzanas, jamones… y demás sobornos encubiertos.
Pero lo cierto es que ese huevo llegó a mí y se me
ocurrió la peor cosa que te puede pasar por la cabeza en estos casos:
GUARDARLO
Sí, amigos, metí el huevo duro y pintado con
rotuladores en un cajón de la sala de reuniones del instituto. Y pasó lo que
tenía que pasar:
LO OLVIDÉ
Llegó el mes de junio, las notas, los pica-pica de
despedida (donde te crees que poniendo un euro por persona te vas a poner
morado y da suerte si pillas dos patatas onduladas y una oliva), el calor, la
inexistencia de tinta en la impresora (eso a veces ya viene desde antes de
Semana Santa) y, al fin, LAS VACACIONES.
Pasaron dos meses (es lo que tenemos los profes,
que somos los seres más envidiados del planeta, y no precisamente por guapos),
y llegó la hora de volver. Reencuentros, besos, competiciones de moreno y ranking
de horas de siesta.
Y una vez pasado el protocolo de bienvenida, entramos
en nuestro departamento, la sala de reuniones. Abrí la puerta y un olor fétido,
podrido y vomitivo salió disparado como sale un tercero de la ESO al patio. ¿Qué
tipo de ser había nacido, vivido, muerto, resucitado y vuelto a morir otra vez
en aquel lugar? Se me revolvió el desayuno y hasta las tortitas de maíz que
llevaba en la mochila. Era un olor redundantemente malo, mucho peor que el peor
de los olores malos que os podáis imaginar.
Todos empezamos a buscar: vaciamos cajones, sacamos
los muebles al pasillo, levantamos las alfombras e incluso salió un fósil de un
alumno castigado años atrás. Se barajaban diferentes opciones de seres venidos
del infierno, pero de allí no salía nada y fue entonces, en ese mismo instante
cuando…
EMPECÉ A SUDAR FUEGO
El huevo. Mi huevo. EL AHORA HUEVO PODRIDO. Ese que
yo nunca iba a reconocer como mío, era el causante del festival de aromas
mortales.
Nunca admití que fue cosa mía, y la sombra de la culpa
del huevo podrido me ha perseguido durante todos estos años, ahogándome en el hedor
de una mofeta salida de una clase de gimnasia. Dicen que admitir un error,
aunque sea al cabo de unos años, te libra de toda culpa… ¿o no era así?
Sea como sea, ojalá que todo lo que se nos olvide,
logre volver a nuestra vida de alguna manera. A mí, se me había olvidado
escribir en este blog, y no sabéis como lo he echado de menos.
A veces,
escribir, es hacer las paces con el pasado. Pero volver al pasado no siempre es
un camino fácil.
Cuando miramos atrás, hay algo que molesta… pero en
vez de evitarlo, vale la pena cogerlo, levantarlo a la altura de los ojos,
observarlo y darte cuenta de que tú, eres más poderoso que tus propios pensamientos.
Sudar fuego... Me meo!!
ResponderEliminarIba a escribir un comentario gracioso e ingenioso, pero se me ha olvidado...
Mua!!!
A esto se le llama regresar a lo grande! 🙌🙌🙌.
ResponderEliminarAhora no bajes el ritmo, no nos puedes dejar sin la ración de humor surreal by Pitiwart.
PD: lo del fósil y la mofeta... Como se te ocurre eso? 🤔 😂
Algo bueno tenía que tener el confinamiento,no?
ResponderEliminarLa vuelta de P. Wart
Ahora a seguir produciendo,
una abraçada