jueves, 25 de abril de 2024

Modo avión

He bajado al súper mientras reservaba plaza en la clase de zumba de las 20.00h. He ido llenando el carro al mismo tiempo que hablaba por teléfono con mi madre y he subido rápido a casa para hacer la comida antes de irme a trabajar.

Mientras cocinaba, he aprovechado para poner una lavadora de color, me he sentado a comer mientras revisaba el mail y veía las noticias, a la vez que echaba un vistazo a Instagram y ha sido ahí cuando me he dado cuenta que estaba haciendo muchas cosas, y a la vez ninguna.

¿Hace cuánto tiempo que no veo una película del tirón?

Hace unos meses, en una época que andaba bastante estresada, me apunté a un curso de mindfulness. Tuve que pedir en el trabajo que me dejaran salir un jueves diez minutos antes para cruzar Barcelona y llegar a tiempo. Es un poco raro llegar a un curso de meditación sudada, despeinada y atacada, pero siempre te queda la esperanza de que peor no vas a salir (eso no puedes decirlo cuando sales de la peluquería, por ejemplo).

Recuerdo que el profe nos sentó a todos en círculo, cerramos los ojos, nos dijo que abriéramos la palma de la mano y nos ofreció un buñuelo. Confieso que por un momento tuve que abrirlos porque no atiné a adivinar con el tacto qué era lo que estaba tocando y estaba empezando a darme angustia. Por la textura parecía una cría de algún animal pequeño y por eso preferí asegurar el tiro. A todo esto… ¿Quién ofrece buñuelos en una clase de mindfulness? 

Cabe decir que a mí los buñuelos no me gustan. Nunca me han gustado. A veces agradezco que sean de esas cosas típicas de una época del año y la probabilidad de que alguien te ofrezca y tengas que decir que no sea mínima.

Como no quería parecer problemática en ese momento – repito: en ese momento -, procedí a comérmelo aun sabiendo que eso no me iba a sentar bien, pero me centré solo en el objetivo del ejercicio: hacer una sola cosa. Así que cerré los ojos de nuevo y sentí el sabor acampando a sus anchas por mi boca.

Ese día me di cuenta de muchas cosas -el buñuelo no estaba tan mal- y la que más llamó la atención fue la de que vivimos atropellados en nuestra propia vida. Y desde entonces no he dejado de pensar.

Pero qué difícil es pisar el freno a toda esta movida de actividades y necesidades que nos hemos inventado para -quizá- no conectar con nosotros mismos.

A veces quisiera encontrar el botón de mi cuerpo que dice “modo avión”, donde poder flotar y dejar que pause todo lo que me atropella.

Volver a ese lugar cálido y tranquilo donde la mente sabe llevarnos a veces.

Recuerdo una vez que me quedé atrapada en el ascensor. Quien me conoce sabe que eso me da más miedo que perder una lentilla en un concierto de ska. Tras unos minutos de pánico y después de pedir ayuda, me senté en el suelo y me limité a observar las cuatro paredes que me rodeaban y simplemente respiré y sentí que estaba allí, donde alguna vez había dejado la bolsa de basura, el carro de la compra o se le había escapado un poco de pis al perro de los del 2º 1º.  De alguna manera para mí el tiempo se había parado. Todo estaba en suspensión -como seguramente yo a siete pisos de altura- pero en ese momento, conecté conmigo como nunca lo había hecho.

Hoy sin embargo, mientras escribo estas líneas, acabo de perder el autobús y tengo que esperar 8 minutos.

He resoplado y he dicho “8 minutos”.

Esta prisa absurda es agotadora sinceramente, pero no hay manera de quitármela de encima.

Echo de menos parar y volar en suspensión. Echo de menos poder respirar, contar hasta 10 y activar el botón “modo avión”.







lunes, 10 de julio de 2023

Suerte

Salgo a tirar la basura y me encuentro en el suelo, delante del contenedor, una tarjeta que dice: SUERTE.

Me pregunto si se le habrá caído a alguien, la habrá tirado a conciencia o es el destino que – por fin – intenta decirme algo.

Dudo entre cogerla o dejarla ahí. Flexiono mis piernas en una leve sentadilla, estiro la mano mientras hago contrapeso con la bolsa de basura y justo antes de rozarla con la punta de mis dedos decido dejarla en el suelo.

¿Y si alguien vuelve a buscarla? ¿Y si esa persona necesita más la suerte que yo? ¿Y si el suelo está lleno de bacterias y pillo la infección de mi vida?

Tiro la bolsa de basura al contenedor y sigo caminando. Miro el reloj, son las 11:11 h y pido un deseo. Paso por delante de la casa de Loterías y apuestas, espero 7 minutos detrás de las personas que hacen cola para comprar un poco de suerte y hago una primitiva. Cruzo los dedos, subo a casa y enciendo una vela. Busco en las macetas a ver si ha crecido un trébol de 4 hojas, me siento en el sofá y leo mi horóscopo en el periódico – mierda! Otra vez mercurio retrógrado! -, coloco de manera ordenada los elefantes de trompa levantada de la estantería y le quito el polvo a los atrapasueños del cabecero de mi cama.

Siento que estoy inquieta y no me concentro. No dan nada por la tele y decido bajar al super a comprar unas galletas. De camino, paso por la acera de los contenedores y voy a ver si todavía está la tarjeta, creo que la necesito y esta vez voy a cogerla.

Pero ya no está.

Alguien se me ha adelantado y se ha llevado mi suerte.

Sigo caminando. El aire me da en la cara y un perro se acerca a mí, olisquea mis zapatos y mueve la cola. Le toco la cabeza y sonrío. Entonces un anciano que está sentado en un banco me devuelve la sonrisa y me envuelve una sensación de ternura. Es martes y siento que tengo todo el día por delante. Toda la semana. Toda la vida. Es martes y siento que la suerte no está en una tarjeta, sino en la elección de las gafas que me pongo para ver las cosas que me pasan.



domingo, 29 de enero de 2023

El robador de felpudos

Hoy he salido de casa y al abrir la puerta me he dado cuenta de que algo había pasado a mi alrededor, tenía un aspecto distinto y a la vez imperceptible… pero ahí estaba pasando algo y gordo. He atravesado el umbral con el pie derecho y, efectivamente, ahí estaba el error, el truco, la pega, la gamba, el precipicio, el abismo óptico:

EL FELPUDO HABÍA DESAPARECIDO

Que sí, estáis leyendo bien. Alguien, algo o alga se ha llevado mí felpudo esta mañana. Si esta historia le estuviera pasando a otra persona, seguramente me estaría riendo en el sofá mientras cambio de canal y como palomitas de bolsa sin acertar en la boca más que una de cada seis, pero me ha pasado a mi y necesito hacer justicia y reunir, si es que existen, a esos corazones rotos a los que alguna vez nos han dejado la puerta de casa desnuda.

Poco se habla de los felpudos, pero es una prenda del hogar que viste, abriga, estiliza. Tú vas de visita a casa de alguien, a la consulta del dentista o a buscar mandanga y ver un felpudo en la puerta te da confianza. Ahí detrás existe un hogar, alguien que un día se preocupó por dar cobijo a esos millones de parásitos y bacterias nómadas que viven en las suelas de nuestros zapatos. No tienes pruebas, pero tampoco dudas.

Ver una casa sin felpudo es como cuando tu cura de siempre, el que te bautizó, el que acompaña a tu abuela a casa del brazo y recibe los balonazos de los niños a la hora del recreo se afeita el bigote. La cambia la cara, le cambia todo. Pasa de ser cura a ser un segurata del Leroy Merlin. 

Cuando se me ha pasado un poco el disgusto, he decidido bajar por las escaleras e inspeccionar el resto de puertas piso por piso, al más puro estilo de los controladores de plagas, para ver si todos conservaban su alfombrita rasposa y ahí me he dado cuenta de que faltaban algunos. ¿Sería algún tipo de mensaje del más allá? ¿Debería saber descifrar ese código random si ni siquiera entendí el final de Los Serrano?

He esperado todo el día mirando por la mirilla para ver si mi felpudo había vuelto. Su vacío sigue ahí. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Arrasar con los batines de las abuelas? Hay objetos sagrados, eso debería estar recogido en algún sitio. 

Ahora solo me queda esperar como me esperaba él a mí. Recordarlo en su esplendor y pensar que otros pies harán cosquillas en sus pelitos. Compartir es vivir, pero ahora no me queda otra que poner algo para llenar ese vacío. Un post-it, un tranchete, un papel de propaganda del Dürum. Es curioso como a veces no vemos las cosas que nos sostienen, pero cuando desaparecen, parece que perdamos el equilibrio. 


PD: A partir de ahora sé que ya no importa donde ponga los pies, porque tú siempre tendrás un lugar en la entrada de mi corazoncito.



domingo, 30 de octubre de 2022

Cita rosa (no me des agua, ponme otra cosa)

¿Tienes de nuevo una cita a ciegas y tu misterioso ser de amor se presenta sin caballo, pero con olor a loción para después del afeitado y un ramo de flores?

¿Has decidido coger el bolso pequeño antes de salir de casa para no tener que cargar con peso y acabas entrando en un Mercadona a comprar una bolsa grande para meter todos los regalos que te ha traído sin apenas conocerte?

El romántico, el conquistador, el poeta de acantilado, el que llega 20 minutos antes a la cita y, cuando te vas, te dice adiós con la mano alzada cuando te has subido al bus y vas moviéndote torpemente agarrada de barra en barra y sin encontrar un asiento que no sea reservado para sumergirte y perderlo de vista cuanto antes. Aquel que divaga frente a una copa de vino con cubito de hielo y un cuenco de arbequinas, el que sabe que sois almas gemelas solo por tu horóscopo y se guarda el ticket del bar donde os habéis tomado algo porque sabe que ese día va a marcar un antes y un después en vuestras vidas (y porque si puede, lo pasa como dietas de empresa).

Ese es, sin duda, el rey de la cita rosa.

El gobierno debería establecer como derecho civil que todo el mundo tuviera una cita rosa una vez en la vida. Conocer a alguien que te aguante la puerta, que no va a ir a hacer pis en toda la cita para no romper la magia del momento y que te mira a los ojos como si estuviera viendo la final de la Champions, no está pagado con dinero.

· Imprescindibles para tu cita rosa:

Alcanfor, bombones, rosas, alzas, americana, colonia Brummel, peluche muy grande (más grande que tú), saxofón, banco en un parque, Fontana de Trevi, velas (a poder ser, que no sean negras), pétalos de rosa, paseo de 5km, gavilanes, patines, menú dúo, fuegos artificiales, los Morancos, plato de espaguetis (un único espagueti muy largo), colutorio, Sminths, chimenea, cisnes, vespino, góndola y un disco firmado de Luis Miguel.

Son carne de cita rosa, personajes como Nati Abascal, Alex Ubago, Ana Rosa Quintana, el alto de Cruz y raya, Amaia Montero, Jaime Peñafiel, Pablo Motos, La madre Teresa de Calcuta y Jackie Chan.






Cita amarilla (no sale ganando el que pilla)

Una vez leí en un artículo de psicología que afirmaba que, si en una cita amorosa querías fortalecer rápidamente el vínculo emocional, se debía descargar una gran dosis de adrenalina por ambas partes. Como ejemplo, sugería llevar a tu pareja a un parque de atracciones, ver una peli de terror o presentarse sin desodorante a vuestro primer encuentro después de haber subido la compra semanal a un quinto sin ascensor. 

Tras haber preguntado por aquí y por allá y haber hecho un estudio de campo al respecto, estos ejemplos me parecieron de primero de parvulitos de la Universidad del amor (First nursery school of the university of love). Por eso, ha llegado el momento de explicaros cómo subirle la adrenalina a tu pareja en la primera cita sin gastarte ni un solo euro.

¿Alguna vez te has montado en el coche de tu cita, apestaba a marihuana y te has clavado el tapón de una botella de Jack Daniels en el culo? ¿Habíais quedado a las 12.00 del mediodía y se ha presentado dos días más tarde con tres amigos, olor a fritanga y ha intentado camelarte regalándote la figura (con banco incluida) de Ronald Mc Donald para que le perdonaras? ¿Estaba más interesado en saber qué número del eneagrama eras que en pedirte el teléfono?

Efectivamente y sin lugar a dudas, estás frente a una cita amarilla.

Si todavía no lo tienes claro, tengo más datos para ti. Sin ir más lejos, puedes fijarte en el campo de la conducción. Un ser humano al volante puede darte más información de la que crees y no te va a gustar. Saltarse la línea continua de la carretera para encontrar aparcamiento, decir que no se pone el cinturón porque se le arruga la camisa o hacer un caballito con la moto cuando vais juntos para no pisar un kiko, te va a poner a mil.

· Imprescindibles para sobrevivir a la cita:

Desodorante, un piolet, valerianas, una muda de recambio, ambientador de pino, pañales, agua del Carmen, barritas energéticas, kit potabilizador de agua, pasaporte, un blíster de biodraminas, revolver con una sola bala, crema solar, machete y antimosquitos.

Son candidatos/as a ofrecerte una cita amarilla, personajes como Belén Esteban, Pocholo Martínez Bordiu, Britney Spears, Joan Laporta, Terelu Campos, Íñigo Onieva, Donald Trump, Frida Kahlo, el cantante de Maneskin y Cleopatra.

Citas crománticas

¿A veces no os pasa que os veis más guapos de lo que en realidad sois?

Los espejos te miran como tu abuela y los móviles como tu ex pero, aun así, siempre acabamos encontrando el equilibrio que nos hace sentir merecedores de ser amados y cortejados por alguien. Para eso se inventaron las citas, pero… ¿Alguien nos ha enseñado cómo identificarlas? ¿Qué tipo de información podemos sacar de ellas? Con tal de ayudaros, hacer el bien a la humanidad y evitar arder en el infierno (este verano ya ha hecho suficiente calor), me he puesto manos a la obra y he clasificado algunos tipos de citas amorosas según el color. ¿Queréis saber más? ¡Vamos a ello!



domingo, 4 de septiembre de 2022

¿Qué hacer con una vida ajena?

Lectores y lectoras del blog, hoy quiero compartir con todos vosotros una pregunta que me atormenta desde que me he despertado esta mañana.

¿Os habéis planteado alguna vez la responsabilidad que tiene sumar a vuestro día a día la vida de un nuevo ser? ¿Estamos dispuestos y preparados para cuidarlo, amarlo y respetarlo? ¿O preferimos odiarlo, descuartizarlo y aniquilarlo? 

Como veis, la falta de sueño del final del verano y la vuelta al trabajo la semana pasada, están afectando a mi materia gris. Pero ya que estamos aquí y hemos decidido procrastinar aquella tarea que debemos hacer desde hace meses, sigamos.

Cuando uno se enamora (bendito él), quiere dar lo mejor de sí para agradar al otro y ser correspondido. Este esfuerzo inútil de querer ser quien uno no es, puede durar unos días, incluso meses… pero al final el resultado es como lo que sucede con el queso de cabrales. Aunque lo tengamos bien cerrado dentro de la nevera: HUELE.

Así que seamos conscientes de lo que podemos dar y recibir de los demás, y seamos transparentes desde el primer momento. Eso nos hará ahorrar energía y caminar un poco más ligeros.

Como el amor va muy caro (la culpa la sigue teniendo Rusia), he empezado a intentar responder a la pregunta del título de este post a partir de un experimento con lo más a mano que tenía esta mañana: una araña. 

Os contaré lo que me ha pasado:

He salido a la terraza a tender una lavadora (y de paso tomar un poco el sol) y he visto una araña del tamaño de una cuajada Danone con envase de barro que había tejido su tela en las cuerdas de tender la ropa. No habría sido un problema si me hubiera dejado espacio para tender la toalla de baño, pero esa araña era lo suficientemente grande como para no obviarla y mirar hacia otro lado. Es más, he sacado los papeles del contrato de alquiler para hacer números porque esa araña debería pagarme la mitad, debido al tamaño de su envergadura. 

En ese momento mi instinto más primitivo me ha llevado a pensar en deshacerme de ella de la manera más rudimentaria, pero eso sólo ha durado unos segundos porque la compasión y la solidaridad entre dos seres vivos que penden de un hilo (ella y yo, cada una a su estilo), me ha llegado al corazón. Sin dejar de observarla, he ido rápidamente a buscar el móvil y preguntar a las personas más random de mi lista de contactos qué debía hacer con ella. Ha ganado aplastantemente (nunca mejor dicho) la exterminación, pero destaco diferentes opciones, dando las gracias a aquellos que han pensado razones para invitarla a salir sin que ello tuviera que pasar por el exterminio. 

- Meterla en un bote de cristal y bajarla al parque (no he bajado la basura en dos días, voy a bajar un domingo a la araña).

- Lanzarla con la escoba a la calle (esa la he descartado, con la suerte que tengo me volvería a la cara).

- Adormecerla con spray y reducirla con la manguera para después envolverla con papel de cocina acolchado y esponjoso (expresión anteriormente conocida como: he cogido la tira de papel para no notar la silueta del bicharraco que me da un repelús que te c_gas).

- Golpe de zapatilla. Hay muchas y todos vamos a morir (no podría vivir pensando que la araña habría puesto huevos y son tan pequeñitos que no los he podido acabar de limpiar bien y los voy esparciendo por toda la casa).

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Por muchas vueltas que le des, hay tantas opciones como personas a las que le quieras preguntar, pero al final, la decisión es una y debes tomarla tú. Como en el amor. ¿Lo quieres cuidar? ¿Lo quieres dejar? ¿Lo quieres envolver en un papel de periódico y lanzarlo por la ventana para que le caiga a otro? ¿Cómo tratar una vida ajena? … 

No os diré lo que hecho con la araña, pero sí os voy a confesar cuál es mi fórmula para saber si merece la pena cuidar, respetar y amar a una persona ajena que quiere entrar en mi vida. Cierro los ojos y pienso… 

“Cuando estoy delante de ti, mi tiempo se ralentiza y cuando esto sucede vivo más intensamente y disfruto”.

Y si eso perdura en el tiempo, le dejo que vaya haciendo su tela, zampando sus bichos y compartiendo su vida cerca de mí. Dicen que cuidar a una araña te puede dar superpoderes, no?