jueves, 19 de marzo de 2020

Las cosas que se olvidan


No conozco en el mundo nada más importante que las cosas que se olvidan. Cuando te dejas el bocadillo de la merienda en casa, los cereales flotando en la leche, la calefacción encendida o te olvidas a tu hermano pequeño en los probadores del centro comercial.

Cuando las pierdes, cuando ya no están, te das cuenta de lo valiosas que eran para ti. Pero, ¡cuidado! Aún más importante que las cosas que se olvidan, son las movidas que generan las cosas que se olvidan.

Os explicaré una anécdota que me pasó hace unos años. No sé si os he contado que soy profe de un instituto. Recuerdo que una vez, una alumna me regaló un huevo. Un huevo duro. Un huevo duro pintado. Un huevo duro pintado y… ¡basta! A veces pienso que no deberíamos perder las tradiciones y seguir regalando cosas como manzanas, jamones… y demás sobornos encubiertos.

Pero lo cierto es que ese huevo llegó a mí y se me ocurrió la peor cosa que te puede pasar por la cabeza en estos casos:

GUARDARLO

Sí, amigos, metí el huevo duro y pintado con rotuladores en un cajón de la sala de reuniones del instituto. Y pasó lo que tenía que pasar:

LO OLVIDÉ

Llegó el mes de junio, las notas, los pica-pica de despedida (donde te crees que poniendo un euro por persona te vas a poner morado y da suerte si pillas dos patatas onduladas y una oliva), el calor, la inexistencia de tinta en la impresora (eso a veces ya viene desde antes de Semana Santa) y, al fin, LAS VACACIONES.

Pasaron dos meses (es lo que tenemos los profes, que somos los seres más envidiados del planeta, y no precisamente por guapos), y llegó la hora de volver. Reencuentros, besos, competiciones de moreno y ranking de horas de siesta.

Y una vez pasado el protocolo de bienvenida, entramos en nuestro departamento, la sala de reuniones. Abrí la puerta y un olor fétido, podrido y vomitivo salió disparado como sale un tercero de la ESO al patio. ¿Qué tipo de ser había nacido, vivido, muerto, resucitado y vuelto a morir otra vez en aquel lugar? Se me revolvió el desayuno y hasta las tortitas de maíz que llevaba en la mochila. Era un olor redundantemente malo, mucho peor que el peor de los olores malos que os podáis imaginar.

Todos empezamos a buscar: vaciamos cajones, sacamos los muebles al pasillo, levantamos las alfombras e incluso salió un fósil de un alumno castigado años atrás. Se barajaban diferentes opciones de seres venidos del infierno, pero de allí no salía nada y fue entonces, en ese mismo instante cuando…

EMPECÉ A SUDAR FUEGO

El huevo. Mi huevo. EL AHORA HUEVO PODRIDO. Ese que yo nunca iba a reconocer como mío, era el causante del festival de aromas mortales.

Nunca admití que fue cosa mía, y la sombra de la culpa del huevo podrido me ha perseguido durante todos estos años, ahogándome en el hedor de una mofeta salida de una clase de gimnasia. Dicen que admitir un error, aunque sea al cabo de unos años, te libra de toda culpa… ¿o no era así?

Sea como sea, ojalá que todo lo que se nos olvide, logre volver a nuestra vida de alguna manera. A mí, se me había olvidado escribir en este blog, y no sabéis como lo he echado de menos.

A veces, escribir, es hacer las paces con el pasado. Pero volver al pasado no siempre es un camino fácil.

Cuando miramos atrás, hay algo que molesta… pero en vez de evitarlo, vale la pena cogerlo, levantarlo a la altura de los ojos, observarlo y darte cuenta de que tú, eres más poderoso que tus propios pensamientos.

3 comentarios:

  1. Sudar fuego... Me meo!!
    Iba a escribir un comentario gracioso e ingenioso, pero se me ha olvidado...
    Mua!!!

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  2. A esto se le llama regresar a lo grande! 🙌🙌🙌.
    Ahora no bajes el ritmo, no nos puedes dejar sin la ración de humor surreal by Pitiwart.
    PD: lo del fósil y la mofeta... Como se te ocurre eso? 🤔 😂

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  3. Algo bueno tenía que tener el confinamiento,no?
    La vuelta de P. Wart
    Ahora a seguir produciendo,

    una abraçada

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